REVISTA CULTURAL EL ANGEL 08.06.02

Los Tigres del Narco
Leonardo Tarifeño

Si es cierto que el corrido relata una verdad social opuesta a la mentira romántica latente en el bolero, podría pensarse que los corridos de narcotraficantes narran la saga de una verdad política indecible, clandestina y brutal. Al menos ésa es la hipótesis de Narcocorrido, el perspicaz ensayo-reportaje con el que el escritor y músico estadounidense Elijah Wald reconstruye la historia de este subgénero musical desde la juglaresca de Los Tigres del Norteen los 70 (La banda del carro rojo o Contrabando y traición) hasta la abierta y festiva celebración de la droga que Los Tucanes de Tijuana marcaron a partir de los 90 con Mis tres animales y La piñata.

Wald no se aparta de las interpretaciones más ortodoxas del corrido mexicano y subraya que este tipo de música incorpora un sentido noticioso y combativo a la vez, con cada canción lista para dibujar el lado oculto de la historiografía oficial. A mitad de camino entre la oda y la prensa alternativa, el "narcocorrido" exalta el heroísmo criminal y prolonga una tradición cuyo origen remite a Robin Hood y Jesse James. Lo extraño, para Wald, es que ahora ese lugar heroico ha sido ocupado por los narcotraficantes, "personas sumamente repulsivas, hampones peligrosos que compran corridos para presumir de su nivel social, como lo hacen con sus carros lujosos ysus reinas de belleza".

Hundido en esa paradoja, Wald se viste de reportero ya parece en el backstage de la presentación de Los Tigres del Norte ("una mezcla de Willie Nelson y los Rolling Stones"), investiga la muerte de Chalino Sánchez, viaja a uno y otro lado de la frontera, se pierde en los peores antros de Sinaloa, reaparece en la Chiapas zapatista y se juega la vida con Teodoro Bello. Esa vivencia estratégica aligera el peso moral de sus reflexiones ("estoy más o menos de acuerdo con los corridistas en que, aunque sus canciones no sean 'las más positivas del mundo', no son la causa del abuso de drogas ni del narcotráfico", aclara) y convierte el texto en un viaje periodístico apasionante, capaz de modernizar el mapa político-musical de la historia mexicana y hasta de iluminar las relaciones entre el "narcocorrido" y el gangsta rap. Como reportero, Wald no se involucra en las idas y vueltas de la droga y eso, curiosamente, lo conduce a su mayor descubrimiento: la adicción de músicos y narcos por cualquier forma de publicidad que no atente contra su business. Esa pasión farolera --la misma que llevó al Güero Palma o a Ramón Arellano Félix a encargarle sus propios corridos a Los Tucanes de Tijuana--abre las puertas más insospechadas ante el paso de Wald, y finalmente transforma al autor enun singular corridista literario de invaluable mérito documental.

Exhaustivo y ágil al mismo tiempo, Narcocorrido condensa las virtudes y defectos de cierta ensayística estadounidense: por un lado, el rigor de una investigación seria y honesta; y por elotro, la fascinación por un presunto pintoresquismo latinoamericano, la "utopía del atraso" dela que Juan Villoro habla en Efectos personales y que caricaturiza la realidad local parare inventarla como una variante cómica de la barbarie. Algo de esa ceguera parece impedirle apreciar a Wald que el "narcocorrido" no sería, solamente, un insólito homenaje a seres "repulsivos", sino el eco musical de un narcoestado encabezado por narcopolíticos y dirigidoa golpe de narcocrímenes. Sin esa dimensión política, que el propio Wald evita en nombre de una investigación musical, el libro no vuela hasta donde podría hacerlo y se instala en un lugar más cómodo pero aún inapreciable: el de uno de los primeros estudios íntimos del "narcocorrido", escrito con la vitalidad y el sentido de la aventura que ciertamente exige elgénero.

Elijah Wald, Narcocorrido. Traducción de Deborah R. Huacuja. Rayo-HarperCollins, NewYork, 2001.